Sobre apocalípticos e integrados


Nuestro Norte es el Sur. Torres García

Hace ahora diecinueve años junto, con mi amigo Miguel Angel Ruiz, nos encargamos de preparar unos textos base para la discusión de las relaciones Norte-Sur, por parte de un grupo de filósofos andaluces. Ambos nos habíamos iniciado en la militancia justamente en una campaña por la Justicia en las Relaciones Norte-Sur que se inició en el año 1986 y que aún continúa. Disponíamos de abundante documentación pero en ese otoño de 1992 había caído en nuestras manos un libro que nos deslumbró por su lucidez y que acabó convirtiéndose en la principal fuente para la elaboración de nuestro amplio dosier. Se trataba de La Explosión del Desorden de Ramón Fernández Durán. En él analiza el capitalismo y el comunismo como dos versiones de un mismo paradigma productivista de base tecnológica e industrial y emerge el concepto político de Sur, desde el análisis de las relaciones Centro-Periferia que desde ambos centros de poder se había extendido por el mundo. Desde esta perspectiva emergen periferias en el Norte y centros en el sur que juegan un papel relevante en la comprensión de la globalización con su tendencia de segregación social. Y desde esta perspectiva se analiza la explosión de desorden, social y ambiental, que la civilización industrial introduce en nuestro planeta y entre sus habitantes. Fenómeno que alcanza su máxima expresión en las metrópolis y megalópolis que el fenómeno urbanizador provocado por el mismo extiende por el mundo.

De la discusión en el grupo de filósofos recuerdo la intervención de Ramón Vargas-Machuca que hizo una intervención crítica respecto a mi presentación del tema de la injusticia de las Relaciones Norte-Sur enmarcándola  en la división entre apocalípticos e integrados. La utilización en este caso de la categoría de “apocalíptico” vendría a facilitar la descalificación de los argumentos sobre la supuesta injusticia de las relaciones norte-sur sin necesidad de entrar a discutir hechos y razonamientos. Me sorprendió la intensidad, incluso vehemencia, de su intervención detrás de la cual me pareció encontrar una actitud de defensiva. Eran tiempos de la “globalización feliz” a la cual España se incorporaba y se consideraba de mal gusto político abordar estos temas. Las políticas que en los ochenta el FMI y el BM, apoyadas por los gobiernos occidentales, entre otros el nuestro, estaban imponiendo a los países del Sur son un calco de las que actualmente se están imponiendo en Europa para “salir” de la crisis. Y merece la pena detenerse brevemente a analizar ciertos paralelismos. América Latina estaba inmersa en la crisis de la Deuda Externa provocada por la economía financiera. Los paises se habían endeudado para emprender grandes proyectos de desarrollo impulsados por el BM y que sirvieron para invertir las ingentes cantidades de petrodolares generados por la crisis del petróleo de los setenta. Un cambio en la política financiera de EEUU de América, el país más endeudado entonces del mundo, sirvió para atraer los capitales internacionales hacia su país y encareció el precio del dinero. Los intereses de la deuda externa se dispararon y asfixiaron la economía de los países llamados “En Vías de Desarrollo”. La solución propuesta entonces por las instituciones financieras consistió en propugnar la reducción drástica del gasto público, desmontando las políticas sociales, y la privatización de las empresas públicas. Estas medidas provocaron lo que los economistas han llamado después la década perdida de América Latina. Hicieron retroceder los indicadores económicos y sociales y retrasaron la recuperación económica. En nuestras campañas por la Justicia Norte-Sur denunciábamos la perversión de estas políticas y nos solidarizábamos con estos países. Anticipándonos al movimento antiglobalización situábamos, antes de la caída del muro de Berlín, el conflicto Norte-Sur como el principal conflicto mundial y como el principal frente en la lucha por la justicia social. Y propugnábamos la reforma de las Naciones Unidas, del sistema financiero mundial y de la regulación del comercio mundial como principales causantes de la enorme brecha entre el Norte y el Sur (en términos políticos) del planeta. Estas tesis fueron posteriormente defendidas por economistas críticos como Joseph Stiglitz desde dentro de las propias instituciones financieras mundiales. Stiglitz llegó a recomendar a los países del Sur desconectarse de la economía global, desmarcarse de las políticas del FMI y del BM y seguir su propio camino como única manera de poder salir del círculo vicioso en el que habían caído.

Hoy Europa sigue estas mismas recetas como la “única” salida a la crisis financiera que ni el FMI ni las agencias de calificacion de riesgos supieron prever. De modo que los estados que se endeudaron prestando a interés cero dinero a los bancos para salvarlos de la crisis hoy están aceptando pagar los intereses que fijan las agencias de calificación de riesgos en función del grado en que los países se ajustan  a las políticas que les dictan las instituciones financieras. La semana pasada España recibía como buena noticia haber conseguido financiar su deuda pública al 5,5 %. Prestamos a los bancos al 0% y si somos “buenos” ellos no lo prestan a nosotros al 5,5%.  Si somos malos como Islandia o Portugal nos excomulgan, nos dejan fuera de ¿Europa? y nos imponen condiciones aún más duras vía Plan de Rescate Financiero. Se trata de hacer un fenomenal negocio al tiempo que se aprovecha la crisis para imponer políticas que estaban en la agenda aparcadas porque las circunstancias hacíán imposible su aplicación antes ¿Indignaos?

Rememoro ahora estos antecedentes a partir de la lectura del último libro de Ramón Fernández Durán, verdadero testamento de su pensamiento político, libro inacabado porque el cáncer le ha impedido terminar el ambicioso proyecto en el que estaba embarcado. Proyecto en el que analiza el final de la civilización industrial del capitalismo global una vez que se hace evidente que ha topado con sus límites, particularmente los de la base energética fósil en el que se sustenta, al tiempo que su lógica interna le lleva a emprender una huida hacia adelante. Nuevamente surge en mi mente la cuestión del debate entre apocalípticos e integrados, etiquetas que una vez más sirven para evitar pensar más que para aclarar el pensamiento. Estamos ya asistiendo a los inicios del fin de una civilización que parecía iba a durar siempre como hiciera célebre Fukuyama con su “El Final de la Historia”. Cuando estalló la crisis financiera escribí un ensayo no publicado en el que establecía un paralelismo entre lo que estaba ocurriendo y la caída del Muro de Berlín. Aquella caída simbolizó, nos dice ahora Ramón Fernández Durán, la caída del imperio industrial de oriente. La caída de Lehman Brothers simbolizó el inicio de la caída del imperio industrial de occidente. Esta licencia poética viene a establecer paralelismos con la caída del imperio Romano, caída que resultaba inimaginable como ahora nos puede resultar la caída del Capitalismo Global. Sin embargo hay hechos  y dinámicas innegables que apuntan hacia ello. Es un hecho innegable que hemos topado con los límites del crecimiento que ya se anunciaran en el año 70 en el Informe al Club de Roma. Nuestra biosfera no soporta ya la actividad económica con su consumo de recursos y la expulsión de deshechos. Ya hoy el planeta necesita 1,3 años para absorber los residuos y generar los recursos de un año de actividad económica. Nos enfrentamos a una crisis ecológica, climática y de escasez de recursos. Vivimos en un mundo lleno, más que lleno sobre saturado. Es un hecho. Sin embargo las dinámicas, los valores y principios, las ideas del capitalismo global (en su versión más amable de capitalismo verde o un su versión más cruda y triunfadora de negación de los límites ambientales) nos impulsan a seguir creciendo como única manera de organizar la economía. Para el capitalismo global es impensable salir de la crisis económica sin crecimiento. Sin embargo hemos superado los límites admisibles del crecimiento para satisfacer las necesidades de sólo un 20% de la población mundial. Si el 80% restante de la humanidad se incorpora a nuestro nivel de “desarrollo” y alcanza nuestra huella ecológica, lo cual según las teorías del desarrollo dominantes sería sólo cuestión de tiempo, necesitaríamos disponer ya de varios planetas. Y no los tenemos ni los tendremos. Para comprobar la falsedad de estos planteamientos y suspuestos basta observar qué está ocurriendo cuando dos gigantes mundiales como India y China están acelaradamente siguiendo los pasos de nuestro modelo de desarrollo. Estamos hablando de un tercio de la población mundial que va camino de alcanzar nuestro nivel de consumo de recursos y emisión de residuos. Esto ha sido suficiente para precipitar la entrada en el llamado pico del petróleo, momento en el que se acaba la energía barata que ha sustentado toda la civilización industrial con su movilidad motorizada desmedida en todas las escalas, desde la local a la global.

La civilización que ahora entra en declive sin remisión se apoya en la creencia de que el no existen límites de la biosfera al crecimiento, ha sido subvencionada por combustibles fósiles generados durante millones años y consumidos en apenas dos siglos y se sustenta sobre el individualismo consumista y hedonista, un sujeto poco preparado para afrontar los cambios necesarios. Primero porque se trata de un sujeto aislado que constituye una sociedad descohesionada y carece de la organización, los valores y las ideas necesarias para afrontar la construcción de una nueva civilización que sea acorde a los límites de nuestra biosfera. Esta es nuestra principal dificultad para que la caída de esta civilizacion no nos lleve a la barbarie, hacia el Abismo como nos dice Morin. Lo más probable es precisamente la caída en el abismo. Y a quienes nos dicen esto los llamamos apocalípticos y así nos ahorramos pensar en lo que nos dicen. Si lo hiciéramos nos daríamos cuenta de que nos alertan del riesgo y nos alientan a prepararnos para acometer la transición de civilizacion de la mejor forma posible, que nos siembran la esperanza de que lo improbable es posible. Nos hacen ver que los tiempos se aceleran y que en este aceleramiento existe un suficiente grado de incertidumbre como para que la acción consciente y organizada de los seres humanos pueda influir en nuestro destino.

Ramón, en su testamento, nos plantea las bases de una estrategia doble. Por una parte sembrar en los poros, en los intersticios y los márgenes de la civilización industrial las semillas de una nueva que haga honor a nuestro calificativo de sapiens. Semillas que ya se están plantando y que es preciso hacer visibles porque quedan fuera del foco de los constructores de información y opinión, como nos advierte Sousa Santos. Al mismo tiempo es preciso aprovechar todos los espacios institucionales disponibles para conducir las políticas locales, regionales y mundiales hacia la transición a una nueva civilización fundada en la conciencia de los límites y que en coherencia con ella practique la autocontención frente al desenfreno consumidor y la cooperación frente a la lucha competitiva de todos contra todos. Una nueva civilización que sólo puede ser construida desde nuevas comunidades solidarias entre sí, articuladas en redes. Ramón se despide y nos alienta, nos deja el testigo y nos da herramientas. La principal, junto al análisis lúcido ycomplejo de la realidad, la conciencia de que el futuro está en nuestras manos, que no está escrito, que no viene definido automáticamente por la civilizacion de la máquina.

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Acerca de estebandemanueljerez
Profesor e investigador en la acción por el Derecho a la Ciudad. Me emergen ensayos y relatos, de tarde en tarde poemas. Trabajo como profesor en la Universidad de Sevilla y colaboro con el Taller Ecosocial.

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