Sentado en el borde inferior del ventanal escribo en mi cuaderno negro, lo estreno en realidad, mientras vigilo que mi móvil termina de cargarse. A mi derecha el empleado de la Pluna, el mismo que nos esperó a la llegada y nos condujo hasta allí, se dirige al grupo que se aglomera a su alrededor. Pasajeros con maletas en tránsito pasen por aquí. Un grupo de personas lo rodean expectantes. El resto, como yo, están sentados donde pueden o aprovechan para hacer compras. A la izquierda, en la cabina, una silla giatoria, muy sola, me llama. Pienso que estaría más cómodo allí. Pienso en sentarme en ella pero me temo que alguien se me acerque al mostrador a consultarme algo y, … ¡a ver cómo le explico!. Recorro con la mirada la galería en la que esperamos. El ventanal sucio y mojado con letreros que nos piden perdonar las molestias. Las obras las realizan para mejorar el servicio que nos prestan. De tanto en tanto un cubo recoge, o ¿agarra?, ¿cómo dirán acá?, el agua que llueve del techo. Compruebo que el bordillo en el que me siento no está mojado. A lo largo del ventanal se sucede la hilera de cubos. Estiro las piernas. Las vuelvo a recoger, ¡otra vez esa palabra! Me apoyo en las rodillas y retomo la escritura. La ratonera. De nuevo la indignación me disparó la necesidad de escribir. Esta vez fue durante el vuelo, leyendo un artículo sobre las políticas europeas en Le Monde Diplomatique, edición española. Me va saliendo de corrido pero quiero tener conmigo el ejemplar del periódico que olvidé en el avión. Me vendría bien para precisar unos datos. No soy euroescéptico. Creo en la necesidad de construir Europa social y políticamente. Pero no creo en la Europa que nos están construyendo. Cada día menos. Europa se está convirtiendo en una ratonera política.
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