La letra con sangre no entra


Ilustración de Javier Jaen, publicada en La Letra Con Sangre Entra, El Diario Vasco

La letra, con sangre entra, debió ser el lema inventado por algún psicópata para justificar su maltrato a las niñas y niños a su cargo. No encuentro ningún fundamento pedagógico que lo justifique. Con el tiempo llegué a hacer el doctorado en Ciencias de la Educación y no encontré ninguna pista que me permitiera entender ese método de aprendizaje. Desde luego conmigo no funcionaba. Don Luis, mi maestro de segundo de primaria, sin embargo, si creía que ese método funcionaba y se esmeraba en aplicarlo.


Mi imagen de Don Luis es la de un anciano de baja altura, pelo blanco en los flancos, cara regordeta y gesto entre serio y fiero. No recuerdo que sonriera nunca. Se paseaba por los pasillos del aula vigilando que hiciéramos las tareas en una clase que recuerdo silenciosamente sepulcral. Nos hacía rellenar unas fichas odiosamente aburridas que, con mi corta experiencia, me parecía que no servían para aprender nada que tuviese el más mínimo interés. Claro que yo sólo tenía siete años y no sabía casi nada de la vida. No recuerdo qué pretendía enseñarme, sólo recuerdo sus palmetazos y su cara de mala leche al aplicarlos. Fallabas la respuesta a una pregunta y Don Luis te hacía levantarte para que todo la clase viera cómo aplicaba su pedagogía. Te hacía extender la mano, veías como levantaba la vara de madera rectangular y como la bajaba ágilmente para golpear certeramente la punta de tus dedos. Por si no había quedado claro el aprendizaje, te pedía que volvieras a extender la mano. Como el primer golpe había producido un aprendizaje significativo, tu intentabas retirar la mano a tiempo para que el segundo intento fallase su objetivo. Y a veces lo conseguías. Pero el resultado es que había que insistir más para que no olvidaras lo aprendido. De modo que Don Luis persistía hasta que los dedos de tu mano volviesen a recibir el benéfico correctivo. Recuerdo que se me saltaban las lágrimas de felicidad y que odiaba ir al colegio.
Con el tiempo llegué a la Universidad de Sevilla para estudiar arquitectura, a punto de cumplir los dieciocho años. No llegué a la universidad gracias a Don Luis, como trataré de demostrar en otro lugar. Pero en la Escuela de Arquitectura pude encontrar algunos modelos docentes de su vieja escuela. No usaban la palmeta para aplicar aprendizajes físicos. Sus métodos de maltrato tenían mucha más elaboración psicológica.
En mis recuerdos guardo un lugar de honor para don Manuel, catedrático de dibujo. Vivía entre Madrid, dónde tenía su actividad profesional, y Sevilla, ciudad a la que venía un día en semana, los viernes, para putear a los alumnos y humillar a los profesores a su cargo.

Recuerdo el primer día del curso. Don Manuel Toledo había encargado a su equipo de profesores que organizaran una exposición de los mejores dibujos del curso anterior. Estaban dispuestos en las dos paredes del largo pasillo que transcurre desde el hall. Las aulas de Dibujo daban a ese pasillo de modo que podíamos admirarlos cuando nos dirigíamos a clase.

A mí me gustaba dibujar y con mi amigo Santi, hicimos un trabajo extra, aconsejados por nuestro profesor del instituto, Don Cayetano Aníbal, escultor granadino nieto del arquitecto Aníbal González. Nos dedicamos a salir a dibujar a la calle, muchos sábados por la mañana, para hacer apuntes del natural de paisajes urbanos. Recuerdo los que hicimos del Campo del Príncipe con el hotel Alhambra al fondo, sobre la colina. Pero esos dibujos estaban muy lejos de los expuestos. Eran tan hiperrealistas que parecían haber sido dibujados por Antonio López. Parecía un sueño inalcanzable poder dibujar así.
Recuerdo la primera lección de Don Manuel. Nos hizo acompañarlo por el pasillo. Se detuvo ante un extraordinario dibujo a sombras con un trazo muy expresivo. El que más me había impresionado. ¿Veis este dibujo, nos espetó, más que preguntó? Claro que lo veíamos. Lo miraba hechizado, no podía dejar de mirarlo. ¡Este dibujo tiene un cinco!, nos dijo ¡Vais estar dibujando y repitiendo la asignatura hasta que dibujéis así! Don Manuel nos decía eso gritando como un sargento de instrucción grita a unos putos reclutas. Sí señor, claro señor, como mande señor. Ahora mismo señor. Rompan filas. Y rompíamos filas y nos íbamos al aula y escuchábamos el tema que nos proponía dibujar durante la semana.

Las clases duraban cuatro horas. A Don Manuel le sobraron tres y medias para impartir su lección magistral. Luego vendrían más, a razón de una a la semana. Su método pedagógico era sencillo a la vez que funcional. Cogía la lista de clase y leía un nombre al azar. Alicia, salga a la palestra y pegue en la pizarra su dibujo. Alicia lo hacía y Don Manuel empezaba su crítica constructiva. ¿Ese dibujo lo ha hecho usted o su hermana pequeña? ¿No le da vergüenza dibujar líneas peludas? Don Manuel cogía el lápiz y sobre el dibujo de Alicia ejemplificaba cómo Alicia hacia sus líneas peludas. Complacido se daba la vuelta buscando que le riéramos la gracia. No recuerdo que me hiciera gracia y no recuerdo reírme. Si recuerdo rezar para que no pronunciara mi nombre ¿Sabe usted los fundamentos de la perspectiva? Continuaba. Y cogiendo el lápiz corregía sus fugas. Este edificio que usted ha dibujado se va a caer. Y para que no se cayera, Don Manuel arrancaba el dibujo de la pizarra y lo rompía, se lo devolvía a su autora con mucha delicadeza y le decía que no volviera a presentarle otra mierda como esa. Y así aprendimos el significado de las sesiones críticas según don Manuel Toledo.

Afortunadamente cuando Don Manuel se iba a Madrid, nos quedábamos a cargo de Manolo Alvarez y de Don Jesús Salvago. Ambos grandes docentes que sólo pretendían que aprendiéramos. El primero nos enseñaba dibujo artístico y el segundo técnico. De ambos guardo un gran recuerdo. Manolo Álvarez nos enseñaba dibujando con nosotros y animándonos a dibujar. Siempre encontraba algo positivo que comentar, al revés que su tocayo de Madrid. Y así fue como sin darme cuenta, entrando en la primavera, ya dibujaba como los estudiantes que habían expuesto sus trabajos el curso anterior. Mi madre y mis suegros guardan los dos únicos dibujos que conservo de esa época. Mi madre un grafito de los de Antonio López del Mercado del Barranco. Mis suegros una acuarela del Patio de la Iglesia del Salvador.

Anuncio publicitario

Acerca de estebandemanueljerez
Profesor e investigador en la acción por el Derecho a la Ciudad. Me emergen ensayos y relatos, de tarde en tarde poemas. Trabajo como profesor en la Universidad de Sevilla y colaboro con el Taller Ecosocial.

Deja una respuesta

Por favor, inicia sesión con uno de estos métodos para publicar tu comentario:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: